La inteligencia artificial ha revolucionado la creación de contenido, y los deepfakes son una de sus manifestaciones más impresionantes y controvertidas. Esta tecnología permite generar videos o imágenes hiperrealistas que imitan a personas reales, abriendo un abanico de posibilidades para el entretenimiento y la publicidad. Sin embargo, también plantea serios dilemas éticos sobre la autenticidad y la manipulación.
En el ámbito publicitario, los deepfakes pueden usarse de manera positiva: recrear figuras históricas, personalizar mensajes o producir campañas con bajo costo y alto impacto visual. Grandes marcas ya han experimentado con esta técnica para captar atención y sorprender a la audiencia. Pero el límite entre lo innovador y lo engañoso es muy delgado.
El principal riesgo radica en la pérdida de confianza del consumidor. Si el público descubre que una campaña utiliza imágenes falsas sin aviso, puede percibirlo como una manipulación o incluso una falta de respeto. Por ello, la transparencia es fundamental: informar el uso de IA o aclarar que una imagen es generada digitalmente refuerza la credibilidad de la marca.
Además, el uso de deepfakes plantea cuestiones legales sobre derechos de imagen y propiedad intelectual. Su aplicación sin consentimiento puede derivar en conflictos éticos y reputacionales graves. Las empresas deben establecer políticas claras que regulen el uso de inteligencia artificial en sus campañas publicitarias.
En conclusión, los deepfakes representan un avance tecnológico fascinante, pero requieren un manejo responsable. En la era de la desinformación, la ética debe ser el eje central de cualquier estrategia digital. La creatividad no debe ir en contra de la confianza: solo las marcas transparentes y éticas podrán mantener su reputación en un entorno cada vez más digitalizado.


